8 de marzo de 2008

LOS COLORES DE MI HIJO

Este texto lo ha puesto una mamá adoptante en un foro en el que participo, me pareció tan hermoso que quiero compartirlo , es parte de este camino que transitamos mientras esperamos a nuestros hijos.

Los colores de mi hijo
Indira Páez
" Yo nací en una casa de lo más multicolor. Y no, no merefiero a las paredes. Esas eran blancas, como las de cualquier casade Puerto Cabello en los setenta. Mi casa era multicolor pordentro. Y es que mi mamá es de piel tan clara, que sus hermanos labautizaron "rana platanera". Y mi papá era de un trigueño agresivo, conbigote de charro, sonrisa de Gardel y cabello ensortijado,estirado a juro con brillantina. La vejez lo ha desteñido, a mi papá. Comosi la melanina se acabara con el tiempo. Como si los años fueran delejía. De esa mezcla emulsionada salimos nosotros, cincohermanos de lo más variopintos. Mi hermano mayor, vaya usted a saber porqué, parece árabe. Ojos penetrantes, nariz aguileña, frente ampliay cabello rizado (cuando existía, pues ahora ostenta unacalvicie de lo más atractiva). Le sigue una hermana preciosa, narizperfilada, pecas, ojos inmensos, sonrisa como mandada a hacer. Castañaclara y de cabello cenizo. Se ayuda con Kolestone, vamos a estarclaros. Pero le queda de un bien que parece que hubiera nacido así. Altercero, extrañamente, le decían "el catire". Nunca entendí porqué, con ese cabello de pinchos rebeldes que crece hacia arriba.Eso sí, tan rana platanera como la madre. Yo soy trigueña como mipadre, y mi nariz delata algún ancestro africano por ahí. Y mi hermanamenor es pecosa y achinada, como si en algún momento los genes sehubieran vuelto locos y por generación espontánea hubieran creado unasucursal asiática en la casa. Así, los almuerzos en mi casa parecían más unaconvención de las naciones unidas que otra cosa. Claro que yo jamás medi cuenta de eso. Para mí eran almuerzos, punto. Con el olor inenarrablede las caraotas negras de mi mamá y las tajadas de plátanofrito que se hacían por kilos. De chiquita nunca entendí por qué en el colegio demonjas un día una niñita me preguntó si mi papá era el chofer. Tampocosupe por qué no lo habían dejado entrar a cierto local nocturno muy demoda en los ochenta. Yo jamás me fijé en los colores de mifamilia. Mi papá, mi mamá y mis hermanos, siempre fueron exactamente eso:mi papá, mi mamá y mis hermanos.. Cuando yo era chiquita pensaba que los colores lostenían las cosas, no la gente. No entendía por qué a algunos les decíannegros si yo los veía marrones, y a otros les decían blancos si yolos veía como anaranjado claro tirando a rosa pálido. Y menos aúnentendía por qué aparentemente y para muchos adultos, era mejor ser"blanco" que "negro". Una vez mi papá se comió un semáforo yalguien le gritó: "¡negro tenías que ser!". Yo me quedéestupefacta al descubrir que los "blancos" jamás se comían los semáforos. Así las cosas, comenzó en mi adolescencia una suertede fascinación por aquello de los colores de la gente, las etnias,las razas y esos asuntos que parecían importar tanto a la humanidad.Tanto, que hasta guerras entre países generaba. Tanto, que se mataba lagente por asuntos de piel. De genes. De células. De melanina. Yo buscando vivencias reales, y con lo enamorada quesoy, tuve novios marrones, rosados, amarillos y uno hasta medioverdoso. Me casé con un italiano y tuve una hija que parece una actriz deZefirelli. Y finalmente me enamoré hasta los huesos y me casé otravez. Con un marrón. Un marrón de esos que la gente llama "negro". Una tía abuela me dijo cuando me casé: "ni se teocurra tener hijos con ese hombre, porque te van a salir negritos". A míno me cabía en la cabeza que a estas alturas de la historiauniversal, alguien pudiera hacer un comentario como ese. Pero mi tíatiene 84 años, y uno, a la gente de 84 años, le perdona todo. Hasta elracismo. Como soy bien terca salí embarazada de mi esposomarrón. El embarazo fue una montaña rusa total, así que cuando nació mihijo, sano, con diez deditos en las manos y diez en los pies, un parde ojos, orejas, boca, nariz y gritos, yo estallaba de felicidad. Ycuando uno estalla de felicidad, no escucha nada. Pero resulta que han pasado cinco meses, y aunque sigofelicísima, se me ha ido pasando la sordera. Y como soy tan bruta, notermino de entender cómo es que tanta gente, que no solo mi tíala de 84, me pregunta "¿y de qué color es el niño?". Sí, sí, asímismo. "¿De qué color es?". Les importa muchísimo ese detalle aalgunos. Tal vez a demasiados. Una amiga de España. Una antigua vecina.Una ex compañera de colegio. Una gente cualquiera que no tiene 84 años.Una gente que, que yo sepa, no pertenece al partido Neo Nazi, nimilita en el Ku Klux Klan, ni es aria, ni tiene esvásticas en la ropa.Una gente que se ofende si uno les dice racista. Llegan así, llaman,escriben. Y lo primero que preguntan, antes de esas típicas preguntasde viejita ("¿Cuánto pesó?" ¿Cuánto midió?" "¿Lloró mucho?"), es¿y de qué color es?". Y la verdad, lo confieso, a riesgo de quedar como unamadre desnaturalizada, es que yo no me había fijado de quécolor era mi hijo. Porque cuando nació mi hija la italianita nadieme preguntó eso. Entonces no pensé que era tan importante saberse elcolor del hijo. Yo me sabía la fecha de su primera sonrisa. Me sabíacuándo se le puso la triple, cuándo comió papilla por primera vez.Sabía que tenía tres tipos de llanto (uno de hambre, uno de sueño yuno de ñonguera). Sabía que por las noches le gustaba quedarse dormidaen mi pecho. Cosas, pues, intrascendentes. Igual con mi bebé. Ya mesé sus ojos de memoria, por ejemplo. A veces están a media asta y esque tiene sueño, pero lucha porque no quiere perderse nada. Mesé sus saltos cuando quiere que lo cargue. La temperatura de supiel, el olor de su nuca. Pero el domingo pasado me encontré a una ex compañerade trabajo que no veía desde mi preñez, y ¡zuás!, me lanzó lapregunta. ¿Ya nació tu hijo? ¿Y de qué color es?". Me agarró desprevenida, yno supe qué responderle, pero me prometí a mí misma averiguarlo,ya que a tanta gente parece importarle el asunto. Debe ser que esalgo vital, y yo de mala madre no he prestado atención a la epidermisde mis críos. Así que ante tanta curiosidad de la gente, me hepuesto a detallar los colores de mi hijo. Y resulta que mi bebé es uncamaleón. Sí, de verdad. Cambia de colores. A las cinco y media de lamañana, cuando se despierta pidiendo comida, es como rojo. Un rojofurioso y candelero. Después se pone como rosadito, y se ríe anaranjado. Aveces pasa el día verde manzana, y me provoca darle mordiscos portodos lados. Cuando lo baño, y chapotea con el agua, se vuelve comoplateado, una cosa increíble. Cuando se le cierran los ojitos delsueño, es amarillo pollito y provoca acunarlo y meterlo bajo lasdos alas acurrucadito. Finalmente se duerme y, lo juro por Dios, se poneazul. Y brilla en la oscuridad. Ese es mi hijo, multicolor. Sé que va a ser un pocodifícil llenarle la planilla del pasaporte, o contestarles a las excompañeras de colegio cuando pregunten de qué color es mi hijo. Peroeso es lo que hay. Lo juro. Mi hijo es color arcoiris."

Indira Páez es una escritora venezolana nacida en Puerto Cabello el 19 de febrero de 1968. Se dedica a escribir telenovelas y obras de teatro. Está casada con el cantautor venezolano Frank Quintero.
Ganadora de un Premio Municipal de Teatro (
Caracas) por su obra "Crónicas desquiciadas" (2002).

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